martes, 25 de octubre de 2011

COLABORACIÓN: El desarrollo desde la perfección

Les propongo un ejercicio, imaginen que por alguna causa se encuentran postrados en una cama, necesitan de alguien para levantarse de la cama, para alimentarse o para beber agua. Les doy a elegir entre dos personas que atiendan sus necesidades. Una les ve como una persona disminuida, incapaz y dependiente, les atiende con amor y cierta condescendencia.

-Deje, deje, ya se lo hago yo.
-No, no haga esfuerzos que para eso ya estoy yo.

 La otra considera que su movilidad se ha reducido, atiende sus necesidades con amor y le anima a recuperarse, le trata como a un igual.

-¿Cómo se encuentra esta mañana?
-¿Necesita algo?



Así, ¿por cuál de estas dos personas preferiría ser atendido?


Tendemos a ver a los niños como seres incompletos que necesitan de nuestro saber y ayuda para crecer, pero en realidad el recién nacido es un ser perfecto que tiene en su haber todo lo necesario para crecer.
El recién nacido tiene una movilidad tal que no le permite satisfacer sus necesidades por sí mismo. Por ello, desde que nace, sabe llorar; esa es su herramienta inicial para captar nuestra atención. El llanto está diseñado para generar una respuesta en aquellos adultos que lo oigan y hacerlos reaccionar.


Es sin duda esta etapa inicial la que nos hace caer en un exceso de atención y mal entendida ayuda durante mucho más tiempo del necesario. Los bebés evolucionan cada día y los adultos tendemos a mantenernos sin cambios durante largas temporadas. En este sentido, casi siempre vamos por detrás de los avances de nuestros hijos.
El cuerpo del bebé se desarrolla paulatinamente tanto externa como internamente. Estas etapas del desarrollo son comunes a todos los individuos, a excepción de aquellos que hayan nacido con alguna discapacidad. Al igual que sabemos el peso que debe haber ganado un bebé en las primeras semanas de vida, sabemos cuando empezará a reconocer sus manos o a poder sentarse. Los bebés, sobre todo hasta los dos años, son más similares que diferentes, a pesar de que a los ojos de los padres sus hijos son únicos e irrepetibles.


El cuerpo del bebé cambia a diario y estos cambios van acompañados de cambios en su mente; es decir, al principio de la vida la mente se transforma a partir de las sensaciones que recibe el cuerpo. El modo en el que se den estos cambios de cuerpo y mente irá dando forma a su carácter.


Colaborar en su desarrollo es mejor que ayudarle. Ayudamos a los que consideramos desvalidos o necesitados, colaboramos con nuestros iguales. Colaborar con el niño significa atender a sus etapas de desarrollo.
Si sentimos que nuestro hijo nos necesita para todo, sin querer estamos proyectando sobre él que no es válido, que es dependiente y que no puede hacer las cosas por sí mismo. Sin duda no es nuestra intención, pero es lo que el niño sentirá como normalidad, por ello, una de las primera frases que dicen muchos niños es: María no puede (los que tengan hijos sabrán que cuando empiezan a hablar no saben conjugar y usan la tercera persona para hablar de sí mismos, reproduciendo lo que decimos nosotros)


Sin embargo, si sentimos que somos un equipo, que colaboramos con nuestro hijo, que facilitamos sus posibilidades de hacer cosas en vez de hacerlas por él, el niño se sentirá capaz, autónomo y además reconocerá los momentos en que realmente necesita que le echen una mano.
Los niños aprenden continuamente, de hecho es lo único que hacen. Estos aprendizajes tienen un momento óptimo en el que realizarse, no deben precipitarse y tampoco posponerse, es lo que en pedagogía se denomina el "momento sensible". Nuestra labor como padres es reconocer esos aprendizajes y permitir que el niño los realice por sí mismo. De no hacerlo, el niño descartará ese aprendizaje, le parecerá inútil y lo desaprenderá. Siempre es posible recuperar un aprendizaje, pero en caso de retrasarlo será necesario invertir más energía por nuestra parte y por la de él.


Un ejemplo es el momento de vestirse. La mayoría de bebés son capaces de mantenerse sentados alrededor de los siete meses, en ese momento han vivido a diario y varias veces al día el proceso de meter el brazo por las mangas. Un día, de repente, ofrecen el brazo para que les pasemos la manga, por supuesto no es un acto obvio ni perfecto, sólo elevan un poco el brazo porque conocen la dinámica de vestirse y ya controlan el movimiento voluntario de ese miembro. La mayoría de nosotros no nos damos cuenta de que eso ha ocurrido  y seguimos vistiéndoles como siempre. El bebé ofrecerá el brazo varias veces, pero si ese acto no crea un cambio en la dinámica de vestirse el bebé renunciará al nuevo aprendizaje y volverá a comportarse como un muñeco que no participa en lo que estáis haciendo. De esta forma, es probable que el bebé tarde dos o tres años en volver a intentar participar a la hora de vestirse.


Si por el contrario nos damos cuenta de lo que ha ocurrido, y en vez de buscar su manita para pasarla por la manga le damos tiempo para pasar el brazo él solo, en pocas semanas lo hará con naturalidad y en breve ofrecerá las piernas para ponerse el pantalón y los pies para ponerse los zapatos. Así, habremos colaborado en su aprendizaje de vestirse, lo cual aumentará la movilidad y autoestima del bebé.

Sandra Vericat responsable de Can Rareta.


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